La dictadura del 76’ además de destrozarme físicamente, me destrozó los vínculos familiares. Salí muy mal”, cuenta Alfredo ‘Mantecol’ Ayala, militante peronista de 54 años, a la hora de recordar la manera en que encauzó su vida familiar y particularmente la relación con sus hijos
después de haber estado preso en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante casi tres años.
En el año 77’ Alfredo fue secuestrado tras varios operativos fallidos por las fuerzas militares en las inmediaciones de Bancalari. Hasta principios del año 80’, cuando comete una inusual huida de la ESMA, fue torturado y utilizado como mano de obra esclava para, la construcción de infraestructura, con fines de ser usada a su vez, para armar un mundial de fútbol, que le sirvió a
la cúpula militar para ocultar el terrorismo que el Estado argentino estaba cometiendo y para menguar las criticas internacionales sobre violación de derechos humanos en nuestro país.
Mantecol, aludiendo al sobrenombre de guerra que utilizó desde su adhesión a la Juventud Peronista, nació en Corrientes en una familia que él denomina como “bastión peronista”. A los siete años, por problemas económicos devenidos de la destitución al cargo de comisario que sufre su padre por ser militante peronista en años de la proscripción, Mantecol llega a Buenos Aires en compañía de su padre y se instalan a vivir en lo de unos tíos en el barrio “Uruguay” del partido de San Isidro; barrio al que él se niega a llamarlo villa y en el que actualmente reside con su “compañera” Tita y sus dos hijos menores.
Su adolescencia fue momento de profundas acciones que marcaron el resto de su vida militante. Con otros jóvenes se reunían en “cocheras, en casas abandonadas, en bares de viejos compañeros, a hablar del peronismo, de la necesidad de alzar nuevamente sus banderas de la justicia social, de la independencia económica y de la soberanía política”.
Al vislumbrar un paralelismo entre la juventud de su tiempo y la actual, Mantecol se contenta de que su hijo de 18 años esté al frente de la juventud peronista de la agrupación “26 de Julio” a la cual él pertenece. Reconoce que el escenario social y político de la Argentina cambió y permitió una revalorización de la militancia. Siente, algo reconfortado, que los jóvenes de hoy pueden redefinir y continuar la lucha que su generación emprendió, identificando como enemigo, no ya al terrorismo de Estado, sino a la pobreza y a la desigualdad. “Nosotros perdimos una generación y eso se notó en la década del 90’; jóvenes sin convicción, muy confundidos, apoliticos, la lucha pasaba por lo material cuando la lucha de los peronistas ante todo siempre fue por la idea, como decía el General.
después de haber estado preso en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante casi tres años.
En el año 77’ Alfredo fue secuestrado tras varios operativos fallidos por las fuerzas militares en las inmediaciones de Bancalari. Hasta principios del año 80’, cuando comete una inusual huida de la ESMA, fue torturado y utilizado como mano de obra esclava para, la construcción de infraestructura, con fines de ser usada a su vez, para armar un mundial de fútbol, que le sirvió a
la cúpula militar para ocultar el terrorismo que el Estado argentino estaba cometiendo y para menguar las criticas internacionales sobre violación de derechos humanos en nuestro país.
Mantecol, aludiendo al sobrenombre de guerra que utilizó desde su adhesión a la Juventud Peronista, nació en Corrientes en una familia que él denomina como “bastión peronista”. A los siete años, por problemas económicos devenidos de la destitución al cargo de comisario que sufre su padre por ser militante peronista en años de la proscripción, Mantecol llega a Buenos Aires en compañía de su padre y se instalan a vivir en lo de unos tíos en el barrio “Uruguay” del partido de San Isidro; barrio al que él se niega a llamarlo villa y en el que actualmente reside con su “compañera” Tita y sus dos hijos menores.
Su adolescencia fue momento de profundas acciones que marcaron el resto de su vida militante. Con otros jóvenes se reunían en “cocheras, en casas abandonadas, en bares de viejos compañeros, a hablar del peronismo, de la necesidad de alzar nuevamente sus banderas de la justicia social, de la independencia económica y de la soberanía política”.
Al vislumbrar un paralelismo entre la juventud de su tiempo y la actual, Mantecol se contenta de que su hijo de 18 años esté al frente de la juventud peronista de la agrupación “26 de Julio” a la cual él pertenece. Reconoce que el escenario social y político de la Argentina cambió y permitió una revalorización de la militancia. Siente, algo reconfortado, que los jóvenes de hoy pueden redefinir y continuar la lucha que su generación emprendió, identificando como enemigo, no ya al terrorismo de Estado, sino a la pobreza y a la desigualdad. “Nosotros perdimos una generación y eso se notó en la década del 90’; jóvenes sin convicción, muy confundidos, apoliticos, la lucha pasaba por lo material cuando la lucha de los peronistas ante todo siempre fue por la idea, como decía el General.
Antes, en mi época, si bien la pobreza era el enemigo; el quilombo era tal que la juventud tuvo que luchar contra las fuerzas armadas, contra el poder financiero, contra el modelo antitrabajadores y antipopular de la derecha. Luchó con armas, con ideas y con la propia vida. Recién hoy la lucha es enteramente contra la pobreza y la desigualdad”. Los ojos y el tono de voz de Mantecol, muy particularmente aguda por los problemas que le ocasionaron de por vida las torturas recibidas, se quiebran ante la pregunta sobre su hijo mayor; el de 24 años.
En principio atribuye la difícil relación que tiene con él, que está en proceso de recuperación, al odio y rencor que Alfredo engendró desde su huida de las rejas militares. Tras una reflexión más elaborada reconoce que su hijo, quien no comparte la actividad militante de su padre, fue víctima de la desvalorización que sufrió la política a partir de los años 90’.
“Creo que la juventud de esa década fue acritica con la realidad, con los problemas sociales y con
la política en general por todo lo que sembró la dictadura de los años 70. Y porque el menemismo quiso convertir al peronismo en un aparato partidario sin mística y sin banderas. La figura del militante quedó ridiculizada”.
Contundente, Mantecol dice al respecto que no olvida, ni perdona pero si sostiene la lucha por la igualdad.
la política en general por todo lo que sembró la dictadura de los años 70. Y porque el menemismo quiso convertir al peronismo en un aparato partidario sin mística y sin banderas. La figura del militante quedó ridiculizada”.
Contundente, Mantecol dice al respecto que no olvida, ni perdona pero si sostiene la lucha por la igualdad.
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